Fecha de publicación: 15 Julio 2022
Todos sabemos que sin el sol la vida en la tierra no sería posible. El sol nos da luz, calor y energía. Sus beneficios sobre el organismo humano son numerosos.
Florence Nightingale (1820-1910), quién se hizo famosa por sus trabajos de enfermería al cuidar a soldados británicos heridos durante la guerra de Crimea, señaló en una de sus obras: “La conclusión incondicional de toda mi experiencia en el trato con los enfermos es que [...] después de su necesidad de aire fresco está la de disponer de luz [...]. No es solamente luz lo que quieren, sino luz del sol”. Desde entonces, la ciencia ha avanzado mucho. Aun así, algunos estudios recientes han llegado a conclusiones parecidas.
Por ejemplo, se sabe que la luz solar tiene propiedades desinfectantes. La publicación científica Journal of Hospital Infection explica que “la mayoría de los microbios que transmiten infecciones por el aire no tolera la luz del sol”.
Se ha demostrado que el sol mejora el sueño porque facilita la segregación de la melatonina, una hormona fundamental para dormir. También ayuda al organismo para la generación de vitamina D, imprescindible para que el organismo pueda absorber el calcio, tan necesario para mantener los huesos fuertes y sanos. Ayuda a prevenir y controlar el acné. Metaboliza el colesterol y nos ayuda a rebajarlo. Reduce el estrés, fortalece el sistema inmunológico, nos otorga energía para mejorar nuestro estado de ánimo y prolonga la vida.
La lista es casi interminable. No obstante, el sol también puede ser peligroso si no lo respetamos.
La exposición excesiva al sol provoca daños en la piel: causa eritema o enrojecimiento por quemaduras. Y lo que es peor, cada año se producen miles de nuevos casos de melanoma, el tipo de cáncer de piel más peligroso. La luz del sol también altera la textura de la piel y debilita su elasticidad, provocando arrugas y flacidez prematuras.
Por otra parte, puede provocar daños en los ojos, como cataratas. Esta enfermedad es uno de los efectos a largo plazo de la exposición a las radiaciones UV. Se calcula que hasta un 20% de los casos se originan o agravan por la exposición crónica al sol a lo largo de los años.
Así pues, lo más sensato es reducir la exposición al sol durante las horas centrales del día, de diez de la mañana a cuatro de la tarde, cuando la radiación UV es intensa. Lo ideal sería permanecer en la sombra y si la radiación del sol es muy intensa cubrirse los brazos y las piernas con ropa holgada y de tejido tupido. Es muy recomendable llevar sombrero y unas gafas de sol de buena calidad que nos proteja frente a las radiaciones UVA y UVB. Y. por supuesto, hay que asegurarse de proteger a los bebés y los niños pequeños ya que su piel es más delicada.
La conclusión es clara: hay que tomar el sol con moderación. Siendo equilibrados, responsables y con sentido común, podemos disfrutar de este maravilloso astro.
(Contribución de Ariadna T. graduada en ESO)
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